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Amas - Dominación Online - Webcamers.
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Antiguo 20/08/2019, 01:59   #1
LadyScarlett
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DOMINACIÓN REAL VÍA SKYPE/TELÉFONO zenamorado

Abro un tema que a mí personalmente me interesa bastante, contaré mi historia esperando escuchar vuestras experiencias u opiniones sobre el tema.

Alguna vez habéis tenido alguna experiencia de sumisión a distancia? (Am@s/sumis@ y viceversa)

En mi caso, yo estaba a punto de acabar el bachillerato y a la vez trabajaba de telefonista en una casa de citas, sí lo sé... muy pronto. Allí hacía lo típico, contestar teléfonos, atraer clientes, recibirlos y un largo etc. Un buen día me contactó una persona, al principio venía por sexo convencional con una compañera de aquella casa. Al cabo de unas cuantas visitas intermitentes empezó a ganar mi confianza fidelizándose como cliente y contactándonos asiduamente para hacer preguntas sobre las y planificar encuentros. Para abreviar, Era un hombre de 48 años que al principio se identificaba como heterosexual, no era de Barcelona, pero sus negocios le obligaban a desplazarse constantemente. Y ahí empezó todo, una noche fui a recibirlo, él llevaba puesto un precioso collar de cuero con detalles en plata, antes de entrar se arrodilló ante mi me preguntó si podía besar mis zapatos y acto seguido suplico que le aceptara un obsequio, colocó en mi mano derecha la punta de la cadena que ataba el collar de su cuello y en mi mano izquierda la llave de su cinturón de castidad. Si soy honesta, debo decir que en ese momento me impactó bastante pero siempre he sido muy abierta de mente y le seguí el rollo, yo estaba más pendiente de satisfacer al cliente que no de entender la seriedad de su propuesta. Desde aquel día se convirtió en mi sumiso, al principio me lo tomé como un bonus extra, más dinero para mi bolsillo pero me acabé interesando por el tema e investigué a fondo, tuvimos una relación Ama/sumiso bastante intensa el 70% del tiempo fue online (e-mails, Skype, etc) o telefónicamente. Acabó llamándose sisi, ninfómana, buscona, una chacha estupenda, no me costó mucho educarla salvo por su pánico escénico en los gang bangs y el sexo en grupo. Su debilidad: Mi indiferencia.

He experimentado con muchísimas practicas, fetiches, parafilias y he tenido muchos sumis@s alrededor del mundo, creo que es una experiencia enriquecedora y que poco tiene que envidiar a los encuentros reales, salvo el contacto físico, pero en muchas practicas en las que el contacto no se contempla.

¿Tú qué opinas al respecto?
¿Tendrías o has tenido experiencias de sumisión total online? (Am@s/sumis@ y viceversa)

Azotes y mucho sexo para todos.
LadyScarlett domina
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Recuerda que el sexo solo es sucio si se sabe hacer bien, así que pasa, deja tus donaciones en mi cuenta, quítate la ropa al entrar y deja que la yo haga mi magia

Última edición por LadyScarlett; 20/08/2019 a las 02:02.
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2 foreros han dado SmilePoints a LadyScarlett por este mensaje
TioLaVaraSesua (24/08/2019), uninvited_guest (25/08/2019)
Antiguo 11/09/2019, 12:58   #2
stadler
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Mi opinión, LadyScarlett, después de alguna experiencia cyber, es que pueden ser muy intensas en inicio, pero acaban cansando, sobretodo si has vivido alguna experiencia real de BDSM.

Creo que somos 5 sentidos, y el privarnos de 3 de ellos, en este tipo de experiencias, acaba pasando factura. La presencia física, a veces, es necesaria, y mantiene ese nivel de tensión necesario en este tipo de relaciones.

Tampoco me haga mucho caso, es mi humilde opinión.

Le deseo lo mejor, que tenga un buen día.
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LadyScarlett (12/09/2019)
Antiguo 11/09/2019, 20:44   #3
DON2016
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RELATO DE JUVENTUD. MIS INICIOS.domina

La sumisión comenzó conmigo a una edad temprana. De ello se ocupó Isabel, una profesora de filosofía de mediana edad que la tomó enseguida conmigo con riñas y castigos. Desde el primer día al entrar en clase debió suponer por mi indiscreta mirada hacia su prominente escote que conmigo no lo tendría fácil. No era de esas mujeres que despiertan los sentidos de buenas a primeras ni de las que exhiben vitolas solo por su agraciada silueta, pero el porte que destilaba en sus ideas y venidas a lo largo del aula embauco pronto mi imaginación. Parte de este encanto lo atesoraba en su forma de hablar, la mirada penetrante con la que te desafiaba a las primeras de cambio y su boquita de piñón muy proporcionada a su cara; y otra parte el ruido de sus tacones y la falda de piel que acostumbraba a lucir. Enseguida me embriagué con la mirada perdida entre sus piernas mientras caminaba por el pasillo del aula, y durante las primeras semanas del curso tengo que admitir que saqué buen provecho del estado de lujuria que me dejaban sus clases con las cuales me proveía luego al llegar a casa vigorosas pajas. Pero lo que de verdad convulsionó mi subconsciente haciendo emerger los instintos más lascivos fue la andanada que recibí un buen día cuando ya avanzado el curso me llamó la atención. Aquel grito rezumbó en mis entrañas y aceleró mi ritmo cardiaco proyectando sus pulsiones por todo mi cuerpo, dejándome en un momentáneo estado de ingravidez del que acabe despertando con un nuevo alarido, esa vez mayor al que respondí involuntariamente con una erección acompañada de unos destellos de líquido seminal.

Encontré gusto a esa experiencia y pronto las regañinas de la maestra se volvieron adictivas, de tal modo que me apliqué en ellas ingeniándolas con cualquier motivo o pretexto para llamar su atención y en algunas ocasiones hasta me atreví a alzar, lo que se dice, el gallo. Para su desconsuelo, a cada una que recibía le ponía un monji de cara bonita. Lo hice con tal asiduidad que mi actitud en sus clases era anormal para un alumno considerado en el claustro escolar como ejemplar, y no me alargaré aquí en explicar los esfuerzos que dedicaron para hallarle explicación y solución a tan extraño fenómeno. Entretanto las reprimendas en clase se tornaron más severas y con ellas, claro, más placenteros mis pensamientos y a base de este tipo de gratificaciones fui progresando en mi adiestramiento a tal punto que no tardé en dejarme sodomizar por ella y era cuestión de tiempo que acabara siéndolo al dictado de sus instrucciones por Anaximandro, Jenófanes y el resto de presocráticos.

Hasta aquel entonces solía masturbarme siguiendo los cánones de la pornografía del momento, pero con aquellas experiencias la cosa evolucionó de tal manera que acabé convertido en su punto siervo. Nunca antes se había exacerbado mi instinto libidinoso como me ocurría con todo lo que tenía que ver con ello, y tan cierto es lo que digo que el simple contacto con la filosofía conseguía evocarme su imagen y con ello activar ese nuevo patrón de comportamiento en la que Isabel era la fuente predominante de mi placer. De ahí viene mi afición por esa ciencia de la sabiduría, y la admiración que despertó en el seno de mi familia el sinfín de libros que fui coleccionando, desde Platón hasta los pensadores contemporáneos. “Que gusto da ver al chaval, tan aplicado en la lectura…con la juventud de hoy día”, solía decir mi tía Vicenta. Empecé así a pajearme con mayor asiduidad de lo que venía haciendo, y teniendo ya bastante con los presocráticos, eché mano de las obras de Sócrates, San Agustín, Hegel, Kant y otros contemporáneos con cuyo simple contacto conseguía erectar y proyectarme a los pies de ella. En cada una de esas ocasiones, que fueron muchas, seleccioné la escena entre los lugares más variopintos de aquella escuela, todos excepto el altar de la capilla cosa que si no imaginé no fue por desgana, sino por no querer llevar en el pecado la penitencia. La que más recuerdo por su morbosidad fue aquella en la que me condujo al lavabo de profesores y me encerró en uno de los baños mandando me arrodillara a su pies. Esperó el momento preciso para elevar la intensidad del momento, se bajó la falda y las bragas con el ruido de unas voces de fondo empezó a mear con mis labios remaliéndole el pie, primero un dedo y así hasta tenerlos todos succionándolos enteramente dentro de mi boca. Ya saciada por esa gratificante micción lo siguiente fue limpiarle el coño hasta dejarlo cristalino, tras lo cual salió y me dejó ahí dentro con la cara embadurnada de orín y un olor a meado.

Y así, poco a poco, fue como Isabel acabó convirtiéndose en mi Ama y con ello finalizado mi imaginario adoctrinamiento que debía llevarme al podio de la perversión.

Como no era cuestión de dar al traste con mi expediente académico decidí entonces, ya con el segundo trimestre en marcha, ponerle algo de freno a la cosa, así que comencé a dosificar mis inoportunas intervenciones en clase mesurándolas pero sin dejar de lado mis furtivas miradas hacia ella. De este modo fueron pasando los días. Pero fue con Santo Tomás cuando sin esperármelo Isabel quiso poner fin a mi indolencia. No fue producto del azar que aquel día me hiciera sentar al final del aula, ni tampoco supongo que nos mandara un ejercicio que, en concreto, versaba sobre la Summa theologiae del metafísico en cuestión.
Después de repartirnos un folio, se detuvo a mi lado, dejándome con su espalda a resguardo del resto de alumnos. Traté de mantenerme ajeno a su presencia y concentrarme en la lectura punteando con el bolígrafo cada una de las líneas de la que constaba el texto y adoptando una actitud de estudiante aplicado. En esto que cuando había completado unas diez, el sutil movimiento de uno de sus pies con el zapato llamó mi atención y con ello llevó mis ojos hacia el suelo. Calzaba en esa ocasión unos zapatos de salón cherie de cuero negro y puntera remarcada, y aún cuando el tacón no era extremado, para mi deleite sabía sacarles partido. Tan es así que la sublimidad con la que se removía aquel pie eclipso momentáneamente mi pensamiento y por más que en varias ocasiones traté de recuperar la concentración, lo cierto es que me quedé absolutamente embobado. Lo iba metiendo y sacando, y en otras ocasiones jugueteaba con los dedos haciéndolos deslizar por la pala superior del zapato. ¡Pardiez!, esa mujer estaba al corriente de mis fetiches que yo daba por tan bien guardados.

En eso que en este estado de suspensión, cuando ya había perdido el hilo de la lectura y me hallaba obnubilado por sus pies, Isabel se giró ladeándose hacía mi y dejando a exhibir entre la comisura de su blusa sus caritativos senos. Jamás los había tenido tan cerca y aun cuando mi contacto visual con ellos fue entonces fugaz, pude cuando menos confirmar que eran tal como los había figurado en mis sueños y componendas eróticas. “¡No te distraigas!”, me espetó enseguida con un ligero golpe de capón en mi cabeza y con un chillido de los que asustan al mismo miedo que llegó a los que tenía en las filas más próximas, a los cuales por cierto intimidó volviéndose hacia ellos y lanzándose una punzada con los ojos. Estoy convencido de que si cebó con ellos así fue para procurarse en adelante la necesaria intimidad que precisaba para poder llevar a cabo las perversiones que llevaba pergeñadas en la cabeza. Pero lo cierto es que yo entonces me las prometí creyendo que con aquel percance se alejaría de mí y pondría fin a las incomodidades que me estaba procurando su cercanía, y lo que hizo en cambio fue reposar ligeramente su trasero sobre el canto de mi pupitre. Hay culos para todos los gustos, y no soy excesivamente refinado cuando se trata de depositar los deseos y fantasías en el de una mujer. No lucía curvas a lo Kim Kardashian, sino que era más bien gordo y redondo, pero a la vez potentoso, con cachetes que seguramente se escaparían por debajo de un pantalón short, y con las virtudes para el regetonero. En fin, que a mi juicio rebosaba sensualidad.

Se mantuvo en esa posición durante varios minutos a lo largo de los cuales entré en abierta lucha conmigo mismo, de un lado mi mano izquierda decidida a emprender un recorrido en auxilio de mi polla, a la que acababa de darle la tarántula, y de otro la opuesta dispuesta a completar el ejercicio. Esta cruzada y la disputa por el control se hizo más intensa en el preciso momento en que sin espéramelo se sentó encima de mi mesa. Tuve entonces ya claro que no estaba dispuesta a darme facilidades y que si no ponía fin a tantas impúdicas ligerezas era cuestión de poco que mi mano izquierda se adueñara definitivamente de la situación. Y así fue, pues con la alteración provocada al ver como cruzaba sus piernas, decidí que había llegado la hora de desabrocharme el pantalón. Mientras lo hacía y a hurtadillas dirigí discretamente mis ojos siguiendo el zigzagueo del fino encaje de sus medias hasta llegar a sus pies, uno de los cuales se había parcialmente liberado del zapato. ¡A la mierda con la Summa theologiae!, me dije ya aliviado por la presión provocado por los calzoncillos y con mi polla completamente liberada. En ese instante dejé recorrer por mi cabeza aquel sinfín de ocasiones y las variopintas situaciones con las que me había recreado con ella, y no iba a perder la oportunidad de culminar esa colección de recuerdos con el majestuoso chorreo de semen que prometía el tono de la erección. ¡ El que quiera peces que se moje el culo!. Así resuelto comencé el recorrido que debía llevarme a esa triunfal propósito, primero retrayendo del todo el prepucio y dejando totalmente al descubierto el glande, y a partir de aquí puse a trabajar la muñeca siguiendo para ello el mismo ritmo con el que ella zarandeaba el zapato. Al mismo tiempo con sobreesfuerzos traté de aplicarme en las respuestas de aquel ejercicio, pero vanamente porque a cada intento que hacía por concentrarme, ella, mostrándose ajena a la situación, respondía redoblando el baile de su pie provocando por simple mimetismo que se acelerara a su vez el de mi mano. La piel del prepucio había alcanzado lo que daba de sí el tronco de mi pene, y me agarré fuertemente el glande con los dedos tratando de flagelarme como lo hacía ella en mis sueños. A buen seguro que de haberle podido ver la cara lo que hubiera visto sería una mirada estúpida, como diciéndome algo así como “eres un patético cerdo de mierda”, por lo cual, tengo que decir, no podía más que sentirme alagado.

En esto que Doña Carmen, como gustaba que la llamaran, quiso en el aula de al lado poner de su parte dando entrada al tercer acto de las Valquirias de Wagner. El momento escogido por la profesora de música fue especialmente inoportuno y con la obertura de la cabalgata Isabel tomó la decisión de que había que poner fin a las cosas. Lo hizo sin apenas darme tiempo a sobresaltarme pues era tal mi estado de excitación que el impacto del arrebato con el que se giró y me desprendió del bolígrafo echándolo al suelo, provocó que expulsara unas precoces gotas. De buena gana hubiera culminado sin solución de continuidad ese estado de preyaculación, pero de impedirlo se ocupó el espasmo provocado cuando después de hacerse con mi mano noté el contacto de la misma sobre su muslo. Intenté escapar de manera natural, pero ella reaccionó enseguida imprimiendo más fuerza sobre mi muñeca y poniendo claramente en juego la calificación de aquel ejercicio del que aún no había completado ninguna de sus preguntas. A fin de cuentas, pensé, podía beneficiarme de una buena corrida e igual de paso con un excelente, y este estado de duda fue definitivo. Ya sin muestra alguna de resistencia por mi parte, se llevó mi mano a la entrepierna y desde ahí comenzó a interpretar sobre su pubis las notas musicales, en esta ocasión, la obertura del concierto para piano de Tchaikovsky. Ni que decir que esto causó una contracción todavía mayor en mis abdominales que me obligó a abrir todavía más mis piernas a tal punto que no hacía falta ser un lince para saber de lejos lo que tenía entre manos. Impasible a los desafíos a los que me estaba conduciendo, Isabel se arremangó la falda lo suficiente para exhibir parte de la aterciopelada piel que sobresalía por encima del encaje de sus medias y con ello un llamativo tatuaje del que aún guardo recuerdo; y, desde ahí, hizo discurrir mis dedos guiándolos en su camino triunfal. Un nuevo destello de líquido preseminal me alertó de que en pocos segundos y con unos cuantos movimientos más con la muñeca acabaría culminado mi particular faena, y debió darse cuenta porque enseguida noté sus labios mayores, el ritmo de las notas imprimidos con la yema de mi índice sobre su clítoris y el corazón y el anular a punto de entrar en juego. Me vine más arriba con el subidón. No teniendo bastante, se descalzó completamente y empezó a coquetearse con los pies, entrecruzándolos y deslizando sus dedos por cada empeine. El desafortunado ruido del zapato al caer podría habernos delatado de no ser por su habilidad pues de inmediato y sin andarse con melindres contuvo con su peculiar autoridad la curiosidad de más de uno. Menos la de Daniela, pues desde la distancia en la que se hallaba, en el otro extremo, empezó a fisgonear con el rabillo del ojo.

Con el segundo movimiento de aquella sinfonía mi profesora aceleró el ritmo utilizando mis cuatro dedos y reservando el pulgar para mantener presionado el clítoris. Poco le importó la inoportuna pregunta que le dirigió David desde la segunda fila, de la que salió otra vez al paso con absoluta naturalidad sin dar señal alguna de lo que estaba sucediendo. Con el tronco y el glande apuntando ya a un lugar franco en el que poder correrme, y sin control alguno sobre mi otra mano, me imaginé aquella clase vacía, a ella rodeada de un séquito de ninfas y eunucos empujándome de bruces al suelo y yo definitivamente postrado a cuatro patas bajo sus pies y la de aquella cohorte. “Todavía no has completado ninguna pregunta”, le oí decirme exhibiendo picardía entretanto se introducía mi índice y corazón en su vagina alargándolos por dentro en busca de sus confines. No dejó de mirarme y era tal el influjo de aquellos ojos clavados en mi que decidió presionar con fuerza su clítoris, y al dictado de esa mirada penetrante la cadencia de los movimientos de mis dos manos se tornó violenta. Noté sus espasmos, cada vez mayores, y sus tímidos jadeos que a buen seguro se hubieran exacerbado en gritos de estar en un lugar más íntimo. Más de uno en el aula trató prudentemente de mantenerse ajeno a nuestras exhibiciones de lujuria, y por si hacía falta Isabel trató de atemperar las evidencias improvisando entre espasmos algún comentario acerca del texto pero sin poder disimular una leve carcajada a propósito del reguero de semen que acaba de expulsar a porrillos en ese preciso momento. Salió disparado como una exhalación repartiendo los impactos a troche y moche, y en gran cantidad como podía adivinarse por el gesto cariacontecido de Daniela. La miré, y con el lógico rubor provocado por lo que acaba de suceder, traté de desembarazarme de las cadenas con las que me había arrastrado Isabel a cometer semejante fechoría. Pero no estaba dispuesta a zanjar el tema así como así, y para conseguirlo exhibió sus particulares maneras, echando mano de manual. Se escorzó de un lado, agarró el pliegue de su falda y dejó expuestas ante mi sus nalgas, y con ello la raja de su culo al que apuntó en clara señal de donde debía dedicarle a partir de ahora el tiempo a mi mano izquierda. Y no teniendo suficiente con ello, anotó un cero en la hoja con lo que di definitivamente por sobreentendido que debía ponerme a trabajar metiendo mis dedos por aquel agujero. Mi dedo medio tomó la iniciativa y en poco le siguieron el índice y el anular, los cuales para abrirse camino contaron con la inestimable ayuda del lubricante procurado por el semen todavía esparcido entre sus yemas. Isabel reaccionó con un gemido que oculto llevándose la mano a la boca, no sé si por dolor o por gusto, pero fuese por lo que fuese me inquirió con contracciones en el ano a que prosiguiera. Así lo hice dándole placer con aquellos tres índice y el pulgar reivindicando un sitio, y enseguida noté como empezaba a succionar el néctar que luego me llevaría a mi boca. Me apremió volviéndose hacia mi e imprimiendo más velocidad a los movimientos de mis dos manos, consciente de que en un par de minutos sonaría el timbre. El plan que había ideado para la ocasión estaba funcionado pues lo había arreglado de tal forma que con la complejidad del ejercicio el resto de alumnos seguían absortos en tratar completarlo.

Solo fue cuestión de unos pocos segundos más e Isabel se quedó quieta, convulsionada e inspirando todo el aire que tenía a su alrededor para recuperarse. Con uno de sus suspiros sonó el timbre y con el se alzó inmediatamente de la mesa, se ajustó la falda y se me acercó por delante de la mesa. Aún estaba por llegar lo más sublime de lo que recuerdo de aquella experiencia, pues con total desparpajo, sin mostrar ninguna clase de aturdimiento ni de sonrojo, se inclinó hacia mí y me hizo ver como humedecía su pie con el semen desparramado por el suelo, tras lo cual y con un guiño anotó un uno al lado del cero y mandó al resto que le entregaran el ejercicio. Se calzó mostrando su satisfacción por la sensación de humedad en el pie, y nos despedimos.

Recién cumplida la mayoría de edad me acerqué un día al colegio, pero Isabel había abandonado el magisterio para dedicarse a obras sociales en un país de Centroamérica. Fui con el deseo de revivir aquel episodio que seguía latente en mí y con la necesidad a su vez de confesarle esos sueños que me seguían proveyéndome placer en la cama. Tras recibir la noticia y preguntar sin fortuna si había alguna manera de contactar con ella, regresé a casa con la sensación de haberme visto desterrado de su mundo como un perro huérfano sin collar y sin la posibilidad de haberme redimido con ella. Reconcomido por la idea de no volverla a ver probé de saciar mis inconfesadas perversiones con otra mujer, primero durante la universidad y luego a lo largo del matrimonio en el que si alguna vez sentí bien apretados los huevos bajo el dominio de mi exmujer fue mucho más tarde, con ocasión del divorcio. El caso es que poco fui olvidando a Isabel, hasta que un día cualquiera desapareció para siempre.

Cuando te separas se supone que la vida te vuelve a sonreír, cuando menos en los sexual, y con este convencimiento me las prometía felices. Después de un periodo corto de rodaje, enseguida recuperé el maltrecho tono en el que el matrimonio dejó mi polla, y empecé a follar lo que no está escrito. Hasta que un buen día, sin esperármelo a mitad de un polvo, apareció su imagen como si se trata del mismísimo Ave Fenix, resurgida de las cenizas del pasado, entronada en un atril de mármol macizo, ataviada con unas relucientes botas de piel negras hasta el muslo, un corpiño a juego y arropada con las cadenas en ristre de un sequito de esclavos a sus pies y por detrás aquellas ninfas de piel azabache recubiertas a medio cuerpo por unas túnicas de satén blanco. En aquel instante volví a experimentar los mismos anhelos que había provocado en mi tierna juventud aquella maestra, y sumido en la excitación me las arreglé como pude para terminar de saciar a Susana, que era con quien estaba follando en aquel momento.

Para no malbaratar el poco tiempo del que disponía por razones profesionales y familiares, me las arreglé con escorts pero con ninguna logré sentirme un perro ni ninguna devolverme el adoctrinamiento perdido. No hay sensación más deprimente que estar arrodillado con los cinco pies de una mujer en tu boca y preguntarte que narices estás haciendo. Así que después de estos vanos intentos y para evitar estas ridículas sensaciones, tiré del online, del sexting y de la cam, en largas sesiones con distintas mujeres, a quienes atribuyo el logro de haber universalizado y perpetuado ad memoriam la imagen de mi miembro por toda la galáctica, por que por lo demás, ninguna hizo méritos para coronarla como mi Diosa.

Y cuando ya estaba a punto de sucumbir, de volver al sexo convencional, apareció entre los anuncios el de una que decía llamarse Isa y cuyo texto rezaba algo así como: “Busco cerdo a quien sacarle toda la leche …realizo joi cei dominacion mastubacion anal vaginal, fetiches y mucho mas. No hago real, solo por Skype… “. Por alguna poderosa razón ve vino una extraña sensación al leerlo y traté de confirmar mis presagios haciendo circular las imágenes que acompañaban al anuncio, un total de seis. Lo que ocurrió a partir de aquí es secreto de confesión del que me liberaré, y desde luego contaré, en otro momento. saludos
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LadyScarlett (12/09/2019)
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Antiguo 12/09/2019, 01:06   #4
LadyScarlett
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RELATO DE JUVENTUD. MIS INICIOS.domina

La sumisión comenzó conmigo a una edad temprana. De ello se ocupó Isabel, una profesora de filosofía de mediana edad que la tomó enseguida conmigo con riñas y castigos. Desde el primer día al entrar en clase debió suponer por mi indiscreta mirada hacia su prominente escote que conmigo no lo tendría fácil. No era de esas mujeres que despiertan los sentidos de buenas a primeras ni de las que exhiben vitolas solo por su agraciada silueta, pero el porte que destilaba en sus ideas y venidas a lo largo del aula embauco pronto mi imaginación. Parte de este encanto lo atesoraba en su forma de hablar, la mirada penetrante con la que te desafiaba a las primeras de cambio y su boquita de piñón muy proporcionada a su cara; y otra parte el ruido de sus tacones y la falda de piel que acostumbraba a lucir. Enseguida me embriagué con la mirada perdida entre sus piernas mientras caminaba por el pasillo del aula, y durante las primeras semanas del curso tengo que admitir que saqué buen provecho del estado de lujuria que me dejaban sus clases con las cuales me proveía luego al llegar a casa vigorosas pajas. Pero lo que de verdad convulsionó mi subconsciente haciendo emerger los instintos más lascivos fue la andanada que recibí un buen día cuando ya avanzado el curso me llamó la atención. Aquel grito rezumbó en mis entrañas y aceleró mi ritmo cardiaco proyectando sus pulsiones por todo mi cuerpo, dejándome en un momentáneo estado de ingravidez del que acabe despertando con un nuevo alarido, esa vez mayor al que respondí involuntariamente con una erección acompañada de unos destellos de líquido seminal.

Encontré gusto a esa experiencia y pronto las regañinas de la maestra se volvieron adictivas, de tal modo que me apliqué en ellas ingeniándolas con cualquier motivo o pretexto para llamar su atención y en algunas ocasiones hasta me atreví a alzar, lo que se dice, el gallo. Para su desconsuelo, a cada una que recibía le ponía un monji de cara bonita. Lo hice con tal asiduidad que mi actitud en sus clases era anormal para un alumno considerado en el claustro escolar como ejemplar, y no me alargaré aquí en explicar los esfuerzos que dedicaron para hallarle explicación y solución a tan extraño fenómeno. Entretanto las reprimendas en clase se tornaron más severas y con ellas, claro, más placenteros mis pensamientos y a base de este tipo de gratificaciones fui progresando en mi adiestramiento a tal punto que no tardé en dejarme sodomizar por ella y era cuestión de tiempo que acabara siéndolo al dictado de sus instrucciones por Anaximandro, Jenófanes y el resto de presocráticos.

Hasta aquel entonces solía masturbarme siguiendo los cánones de la pornografía del momento, pero con aquellas experiencias la cosa evolucionó de tal manera que acabé convertido en su punto siervo. Nunca antes se había exacerbado mi instinto libidinoso como me ocurría con todo lo que tenía que ver con ello, y tan cierto es lo que digo que el simple contacto con la filosofía conseguía evocarme su imagen y con ello activar ese nuevo patrón de comportamiento en la que Isabel era la fuente predominante de mi placer. De ahí viene mi afición por esa ciencia de la sabiduría, y la admiración que despertó en el seno de mi familia el sinfín de libros que fui coleccionando, desde Platón hasta los pensadores contemporáneos. “Que gusto da ver al chaval, tan aplicado en la lectura…con la juventud de hoy día”, solía decir mi tía Vicenta. Empecé así a pajearme con mayor asiduidad de lo que venía haciendo, y teniendo ya bastante con los presocráticos, eché mano de las obras de Sócrates, San Agustín, Hegel, Kant y otros contemporáneos con cuyo simple contacto conseguía erectar y proyectarme a los pies de ella. En cada una de esas ocasiones, que fueron muchas, seleccioné la escena entre los lugares más variopintos de aquella escuela, todos excepto el altar de la capilla cosa que si no imaginé no fue por desgana, sino por no querer llevar en el pecado la penitencia. La que más recuerdo por su morbosidad fue aquella en la que me condujo al lavabo de profesores y me encerró en uno de los baños mandando me arrodillara a su pies. Esperó el momento preciso para elevar la intensidad del momento, se bajó la falda y las bragas con el ruido de unas voces de fondo empezó a mear con mis labios remaliéndole el pie, primero un dedo y así hasta tenerlos todos succionándolos enteramente dentro de mi boca. Ya saciada por esa gratificante micción lo siguiente fue limpiarle el coño hasta dejarlo cristalino, tras lo cual salió y me dejó ahí dentro con la cara embadurnada de orín y un olor a meado.

Y así, poco a poco, fue como Isabel acabó convirtiéndose en mi Ama y con ello finalizado mi imaginario adoctrinamiento que debía llevarme al podio de la perversión.

Como no era cuestión de dar al traste con mi expediente académico decidí entonces, ya con el segundo trimestre en marcha, ponerle algo de freno a la cosa, así que comencé a dosificar mis inoportunas intervenciones en clase mesurándolas pero sin dejar de lado mis furtivas miradas hacia ella. De este modo fueron pasando los días. Pero fue con Santo Tomás cuando sin esperármelo Isabel quiso poner fin a mi indolencia. No fue producto del azar que aquel día me hiciera sentar al final del aula, ni tampoco supongo que nos mandara un ejercicio que, en concreto, versaba sobre la Summa theologiae del metafísico en cuestión.
Después de repartirnos un folio, se detuvo a mi lado, dejándome con su espalda a resguardo del resto de alumnos. Traté de mantenerme ajeno a su presencia y concentrarme en la lectura punteando con el bolígrafo cada una de las líneas de la que constaba el texto y adoptando una actitud de estudiante aplicado. En esto que cuando había completado unas diez, el sutil movimiento de uno de sus pies con el zapato llamó mi atención y con ello llevó mis ojos hacia el suelo. Calzaba en esa ocasión unos zapatos de salón cherie de cuero negro y puntera remarcada, y aún cuando el tacón no era extremado, para mi deleite sabía sacarles partido. Tan es así que la sublimidad con la que se removía aquel pie eclipso momentáneamente mi pensamiento y por más que en varias ocasiones traté de recuperar la concentración, lo cierto es que me quedé absolutamente embobado. Lo iba metiendo y sacando, y en otras ocasiones jugueteaba con los dedos haciéndolos deslizar por la pala superior del zapato. ¡Pardiez!, esa mujer estaba al corriente de mis fetiches que yo daba por tan bien guardados.

En eso que en este estado de suspensión, cuando ya había perdido el hilo de la lectura y me hallaba obnubilado por sus pies, Isabel se giró ladeándose hacía mi y dejando a exhibir entre la comisura de su blusa sus caritativos senos. Jamás los había tenido tan cerca y aun cuando mi contacto visual con ellos fue entonces fugaz, pude cuando menos confirmar que eran tal como los había figurado en mis sueños y componendas eróticas. “¡No te distraigas!”, me espetó enseguida con un ligero golpe de capón en mi cabeza y con un chillido de los que asustan al mismo miedo que llegó a los que tenía en las filas más próximas, a los cuales por cierto intimidó volviéndose hacia ellos y lanzándose una punzada con los ojos. Estoy convencido de que si cebó con ellos así fue para procurarse en adelante la necesaria intimidad que precisaba para poder llevar a cabo las perversiones que llevaba pergeñadas en la cabeza. Pero lo cierto es que yo entonces me las prometí creyendo que con aquel percance se alejaría de mí y pondría fin a las incomodidades que me estaba procurando su cercanía, y lo que hizo en cambio fue reposar ligeramente su trasero sobre el canto de mi pupitre. Hay culos para todos los gustos, y no soy excesivamente refinado cuando se trata de depositar los deseos y fantasías en el de una mujer. No lucía curvas a lo Kim Kardashian, sino que era más bien gordo y redondo, pero a la vez potentoso, con cachetes que seguramente se escaparían por debajo de un pantalón short, y con las virtudes para el regetonero. En fin, que a mi juicio rebosaba sensualidad.

Se mantuvo en esa posición durante varios minutos a lo largo de los cuales entré en abierta lucha conmigo mismo, de un lado mi mano izquierda decidida a emprender un recorrido en auxilio de mi polla, a la que acababa de darle la tarántula, y de otro la opuesta dispuesta a completar el ejercicio. Esta cruzada y la disputa por el control se hizo más intensa en el preciso momento en que sin espéramelo se sentó encima de mi mesa. Tuve entonces ya claro que no estaba dispuesta a darme facilidades y que si no ponía fin a tantas impúdicas ligerezas era cuestión de poco que mi mano izquierda se adueñara definitivamente de la situación. Y así fue, pues con la alteración provocada al ver como cruzaba sus piernas, decidí que había llegado la hora de desabrocharme el pantalón. Mientras lo hacía y a hurtadillas dirigí discretamente mis ojos siguiendo el zigzagueo del fino encaje de sus medias hasta llegar a sus pies, uno de los cuales se había parcialmente liberado del zapato. ¡A la mierda con la Summa theologiae!, me dije ya aliviado por la presión provocado por los calzoncillos y con mi polla completamente liberada. En ese instante dejé recorrer por mi cabeza aquel sinfín de ocasiones y las variopintas situaciones con las que me había recreado con ella, y no iba a perder la oportunidad de culminar esa colección de recuerdos con el majestuoso chorreo de semen que prometía el tono de la erección. ¡ El que quiera peces que se moje el culo!. Así resuelto comencé el recorrido que debía llevarme a esa triunfal propósito, primero retrayendo del todo el prepucio y dejando totalmente al descubierto el glande, y a partir de aquí puse a trabajar la muñeca siguiendo para ello el mismo ritmo con el que ella zarandeaba el zapato. Al mismo tiempo con sobreesfuerzos traté de aplicarme en las respuestas de aquel ejercicio, pero vanamente porque a cada intento que hacía por concentrarme, ella, mostrándose ajena a la situación, respondía redoblando el baile de su pie provocando por simple mimetismo que se acelerara a su vez el de mi mano. La piel del prepucio había alcanzado lo que daba de sí el tronco de mi pene, y me agarré fuertemente el glande con los dedos tratando de flagelarme como lo hacía ella en mis sueños. A buen seguro que de haberle podido ver la cara lo que hubiera visto sería una mirada estúpida, como diciéndome algo así como “eres un patético cerdo de mierda”, por lo cual, tengo que decir, no podía más que sentirme alagado.

En esto que Doña Carmen, como gustaba que la llamaran, quiso en el aula de al lado poner de su parte dando entrada al tercer acto de las Valquirias de Wagner. El momento escogido por la profesora de música fue especialmente inoportuno y con la obertura de la cabalgata Isabel tomó la decisión de que había que poner fin a las cosas. Lo hizo sin apenas darme tiempo a sobresaltarme pues era tal mi estado de excitación que el impacto del arrebato con el que se giró y me desprendió del bolígrafo echándolo al suelo, provocó que expulsara unas precoces gotas. De buena gana hubiera culminado sin solución de continuidad ese estado de preyaculación, pero de impedirlo se ocupó el espasmo provocado cuando después de hacerse con mi mano noté el contacto de la misma sobre su muslo. Intenté escapar de manera natural, pero ella reaccionó enseguida imprimiendo más fuerza sobre mi muñeca y poniendo claramente en juego la calificación de aquel ejercicio del que aún no había completado ninguna de sus preguntas. A fin de cuentas, pensé, podía beneficiarme de una buena corrida e igual de paso con un excelente, y este estado de duda fue definitivo. Ya sin muestra alguna de resistencia por mi parte, se llevó mi mano a la entrepierna y desde ahí comenzó a interpretar sobre su pubis las notas musicales, en esta ocasión, la obertura del concierto para piano de Tchaikovsky. Ni que decir que esto causó una contracción todavía mayor en mis abdominales que me obligó a abrir todavía más mis piernas a tal punto que no hacía falta ser un lince para saber de lejos lo que tenía entre manos. Impasible a los desafíos a los que me estaba conduciendo, Isabel se arremangó la falda lo suficiente para exhibir parte de la aterciopelada piel que sobresalía por encima del encaje de sus medias y con ello un llamativo tatuaje del que aún guardo recuerdo; y, desde ahí, hizo discurrir mis dedos guiándolos en su camino triunfal. Un nuevo destello de líquido preseminal me alertó de que en pocos segundos y con unos cuantos movimientos más con la muñeca acabaría culminado mi particular faena, y debió darse cuenta porque enseguida noté sus labios mayores, el ritmo de las notas imprimidos con la yema de mi índice sobre su clítoris y el corazón y el anular a punto de entrar en juego. Me vine más arriba con el subidón. No teniendo bastante, se descalzó completamente y empezó a coquetearse con los pies, entrecruzándolos y deslizando sus dedos por cada empeine. El desafortunado ruido del zapato al caer podría habernos delatado de no ser por su habilidad pues de inmediato y sin andarse con melindres contuvo con su peculiar autoridad la curiosidad de más de uno. Menos la de Daniela, pues desde la distancia en la que se hallaba, en el otro extremo, empezó a fisgonear con el rabillo del ojo.

Con el segundo movimiento de aquella sinfonía mi profesora aceleró el ritmo utilizando mis cuatro dedos y reservando el pulgar para mantener presionado el clítoris. Poco le importó la inoportuna pregunta que le dirigió David desde la segunda fila, de la que salió otra vez al paso con absoluta naturalidad sin dar señal alguna de lo que estaba sucediendo. Con el tronco y el glande apuntando ya a un lugar franco en el que poder correrme, y sin control alguno sobre mi otra mano, me imaginé aquella clase vacía, a ella rodeada de un séquito de ninfas y eunucos empujándome de bruces al suelo y yo definitivamente postrado a cuatro patas bajo sus pies y la de aquella cohorte. “Todavía no has completado ninguna pregunta”, le oí decirme exhibiendo picardía entretanto se introducía mi índice y corazón en su vagina alargándolos por dentro en busca de sus confines. No dejó de mirarme y era tal el influjo de aquellos ojos clavados en mi que decidió presionar con fuerza su clítoris, y al dictado de esa mirada penetrante la cadencia de los movimientos de mis dos manos se tornó violenta. Noté sus espasmos, cada vez mayores, y sus tímidos jadeos que a buen seguro se hubieran exacerbado en gritos de estar en un lugar más íntimo. Más de uno en el aula trató prudentemente de mantenerse ajeno a nuestras exhibiciones de lujuria, y por si hacía falta Isabel trató de atemperar las evidencias improvisando entre espasmos algún comentario acerca del texto pero sin poder disimular una leve carcajada a propósito del reguero de semen que acaba de expulsar a porrillos en ese preciso momento. Salió disparado como una exhalación repartiendo los impactos a troche y moche, y en gran cantidad como podía adivinarse por el gesto cariacontecido de Daniela. La miré, y con el lógico rubor provocado por lo que acaba de suceder, traté de desembarazarme de las cadenas con las que me había arrastrado Isabel a cometer semejante fechoría. Pero no estaba dispuesta a zanjar el tema así como así, y para conseguirlo exhibió sus particulares maneras, echando mano de manual. Se escorzó de un lado, agarró el pliegue de su falda y dejó expuestas ante mi sus nalgas, y con ello la raja de su culo al que apuntó en clara señal de donde debía dedicarle a partir de ahora el tiempo a mi mano izquierda. Y no teniendo suficiente con ello, anotó un cero en la hoja con lo que di definitivamente por sobreentendido que debía ponerme a trabajar metiendo mis dedos por aquel agujero. Mi dedo medio tomó la iniciativa y en poco le siguieron el índice y el anular, los cuales para abrirse camino contaron con la inestimable ayuda del lubricante procurado por el semen todavía esparcido entre sus yemas. Isabel reaccionó con un gemido que oculto llevándose la mano a la boca, no sé si por dolor o por gusto, pero fuese por lo que fuese me inquirió con contracciones en el ano a que prosiguiera. Así lo hice dándole placer con aquellos tres índice y el pulgar reivindicando un sitio, y enseguida noté como empezaba a succionar el néctar que luego me llevaría a mi boca. Me apremió volviéndose hacia mi e imprimiendo más velocidad a los movimientos de mis dos manos, consciente de que en un par de minutos sonaría el timbre. El plan que había ideado para la ocasión estaba funcionado pues lo había arreglado de tal forma que con la complejidad del ejercicio el resto de alumnos seguían absortos en tratar completarlo.

Solo fue cuestión de unos pocos segundos más e Isabel se quedó quieta, convulsionada e inspirando todo el aire que tenía a su alrededor para recuperarse. Con uno de sus suspiros sonó el timbre y con el se alzó inmediatamente de la mesa, se ajustó la falda y se me acercó por delante de la mesa. Aún estaba por llegar lo más sublime de lo que recuerdo de aquella experiencia, pues con total desparpajo, sin mostrar ninguna clase de aturdimiento ni de sonrojo, se inclinó hacia mí y me hizo ver como humedecía su pie con el semen desparramado por el suelo, tras lo cual y con un guiño anotó un uno al lado del cero y mandó al resto que le entregaran el ejercicio. Se calzó mostrando su satisfacción por la sensación de humedad en el pie, y nos despedimos.

Recién cumplida la mayoría de edad me acerqué un día al colegio, pero Isabel había abandonado el magisterio para dedicarse a obras sociales en un país de Centroamérica. Fui con el deseo de revivir aquel episodio que seguía latente en mí y con la necesidad a su vez de confesarle esos sueños que me seguían proveyéndome placer en la cama. Tras recibir la noticia y preguntar sin fortuna si había alguna manera de contactar con ella, regresé a casa con la sensación de haberme visto desterrado de su mundo como un perro huérfano sin collar y sin la posibilidad de haberme redimido con ella. Reconcomido por la idea de no volverla a ver probé de saciar mis inconfesadas perversiones con otra mujer, primero durante la universidad y luego a lo largo del matrimonio en el que si alguna vez sentí bien apretados los huevos bajo el dominio de mi exmujer fue mucho más tarde, con ocasión del divorcio. El caso es que poco fui olvidando a Isabel, hasta que un día cualquiera desapareció para siempre.

Cuando te separas se supone que la vida te vuelve a sonreír, cuando menos en los sexual, y con este convencimiento me las prometía felices. Después de un periodo corto de rodaje, enseguida recuperé el maltrecho tono en el que el matrimonio dejó mi polla, y empecé a follar lo que no está escrito. Hasta que un buen día, sin esperármelo a mitad de un polvo, apareció su imagen como si se trata del mismísimo Ave Fenix, resurgida de las cenizas del pasado, entronada en un atril de mármol macizo, ataviada con unas relucientes botas de piel negras hasta el muslo, un corpiño a juego y arropada con las cadenas en ristre de un sequito de esclavos a sus pies y por detrás aquellas ninfas de piel azabache recubiertas a medio cuerpo por unas túnicas de satén blanco. En aquel instante volví a experimentar los mismos anhelos que había provocado en mi tierna juventud aquella maestra, y sumido en la excitación me las arreglé como pude para terminar de saciar a Susana, que era con quien estaba follando en aquel momento.

Para no malbaratar el poco tiempo del que disponía por razones profesionales y familiares, me las arreglé con escorts pero con ninguna logré sentirme un perro ni ninguna devolverme el adoctrinamiento perdido. No hay sensación más deprimente que estar arrodillado con los cinco pies de una mujer en tu boca y preguntarte que narices estás haciendo. Así que después de estos vanos intentos y para evitar estas ridículas sensaciones, tiré del online, del sexting y de la cam, en largas sesiones con distintas mujeres, a quienes atribuyo el logro de haber universalizado y perpetuado ad memoriam la imagen de mi miembro por toda la galáctica, por que por lo demás, ninguna hizo méritos para coronarla como mi Diosa.

Y cuando ya estaba a punto de sucumbir, de volver al sexo convencional, apareció entre los anuncios el de una que decía llamarse Isa y cuyo texto rezaba algo así como: “Busco cerdo a quien sacarle toda la leche …realizo joi cei dominacion mastubacion anal vaginal, fetiches y mucho mas. No hago real, solo por Skype… “. Por alguna poderosa razón ve vino una extraña sensación al leerlo y traté de confirmar mis presagios haciendo circular las imágenes que acompañaban al anuncio, un total de seis. Lo que ocurrió a partir de aquí es secreto de confesión del que me liberaré, y desde luego contaré, en otro momento. saludos
Bonjour,

Sublime, palabra a palabra, sin duda alguna es un relato que envuelve.
Déjame felicitarte por la exquisitez de tus líneas, espero que dichas sensaciones no mengüen nunca.

Te auguro un buen futura a los pies de cualquier Señora.

Un saludo,
LadyScarlett.

bump


Cita:
Iniciado por stadler Ver Mensaje
Mi opinión, LadyScarlett, después de alguna experiencia cyber, es que pueden ser muy intensas en inicio, pero acaban cansando, sobretodo si has vivido alguna experiencia real de BDSM.

Creo que somos 5 sentidos, y el privarnos de 3 de ellos, en este tipo de experiencias, acaba pasando factura. La presencia física, a veces, es necesaria, y mantiene ese nivel de tensión necesario en este tipo de relaciones.

Tampoco me haga mucho caso, es mi humilde opinión.

Le deseo lo mejor, que tenga un buen día.
Buenas noches,

Sin duda alguna respeto tu opinión, en parte tienes razón, pero la traducción exacta del placer no existe, nuestro único recurso es generalizar. Desde mi punto de vista, también una humilde opinión, una sexualidad sana y saludable implica experimentar y conocerse a sí mismo, no dejar caer el peso de la responsabilidad a las terminaciones nerviosas del glande o del clítoris.
Existen tantos fetiches y parafilias con bacterias en el mundo y todas ellas empiezan en "nuestra cabeza". Un gran porcentaje de la población es sexualmente primitiva, esto quiere decir que pensamos que nuestro único objetivo es meterla en un agujero y corrernos como si no hubiese un mañana. Entiendo que mis dinámicas atraen a un grupo minoritario de individuos y esta es el razón principal por la que no ofrezco mi cuerpo, quiero atender las necesidades de personas con interés real en los juegos mentales, no sensitivos/físicos.

En un mundo tan grande hay rotos y descocidos, solo nos queda encontrarnos.

Un Saludo,
LadyScarlett.
Recuerda que el sexo solo es sucio si se sabe hacer bien, así que pasa, deja tus donaciones en mi cuenta, quítate la ropa al entrar y deja que la yo haga mi magia
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