Érase una vez una pieza de lencería negra y traslúcida que vivía terriblemente aburrida en una tienda. Estaba metida dentro de una cajita de cartón, envuelta en un papel de seda suave y agradable, pero no le entraba la luz y no podía ver nada. Todos los días transcurrían en una monotonía insoportable, y la pieza se moría de tristeza.

Su prima, como mínimo, estaba expuesta en un maniquí, en el escaparate, y podía ver a la gente pasar. Se entretenía viendo a los transeúntes y sus extrañas rutinas.

Un día, después de mucho tiempo, Diana Nova entró en la tienda. Se había enamorado de su prima, la que lucía en el escaparate. La señora que atendía le dijo que justo le quedaba un modelo de su talla en una caja preciosa, protegido por papel de seda de la mejor calidad. Diana no se lo pensó dos veces y compró la pieza de lencería. Pensó que le iba a quedar muy bien, y que sus fans se pondrían cardíacos cuando la vieran con ella puesta.

La pieza de lencería no podía creer en su suerte. Cuando llegaron ambas a casa de Diana, la diosa se desnudó de inmediato, se embutió en la pieza y se miró en el espejo. Empezó, acto seguido, a hacerse fotos. Estaba deseando mostrarlas a quienes la apreciaban.

La pieza de lencería había pasado, en unas pocas horas, de pensar en el suicidio dentro de su caja, a ser el objeto más feliz del mundo.

Ahora, Diana y la pieza de lencería viven en una simbiosis exquisita. Y son felices las dos. Y por eso sonríen a la cámara.