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Paradojas de la sexualidad
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Antiguo 16/01/2017, 15:29   #1
Simon
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http://www.lavanguardia.com/opinion/20170116/413398302881/paradojas-de-la-sexualidad.html

Hoy he leído este articulo de opinión en la Vanguardia ( pagina 22 ) y me ha parecido interesante abrir hilo. Últimamente he visto varios hilos que pueden tener que ver con este y/o complementarlo.
Como soy un muerto de hambre y no estoy suscrito a la Vanguardia digital no puedo subir el articulo en su totalidad, si alguno con mas posibilidades que yo puede subirlo se lo agradezco anticipadamente.
Gracias.
saludos

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Última edición por Simon; 16/01/2017 a las 15:32.
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Pierre
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Paradojas de la sexualidad
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS

Buscando una reflexión no clerical ni cristiana, sino puramente humana, partiremos de un conocido mito pagano.

1. Al poeta-músico Orfeo se le permitió sacar del inframundo a su amada Eurídice, muerta en pleno idilio, a condición de que durante todo el camino de salida, ella iría detrás y él no podía volverse a mirarla, so pena de perderla. Así iban subiendo cuando llegó un momento en que Orfeo, exultante por haber recobrado a su amor, no supo resistir el deseo de verla: volvió la vista atrás y, en aquel momento, Eurídice desapareció, tragada por los infiernos mientras gritaba: “Me has perdido a mí, desgraciada, y a ti”. Orfeo lloró toda su vida aquel desliz. Y Virgilio, en sus Geórgicas, pintó un Orfeo que repite desesperado el nombre de Eurídice, cuyo eco resuena en toda la naturaleza.

Es un mito griego, sin pretensiones religiosas ni morales: busca describir una experiencia humana. Orfeo mata a su amor por no saber resistir el afán de poseerla. Al anteponer su deseo a la vida de ella, la pierde y la condena.

Por ahí va nuestro drama humano: el deseo es, a la vez, irresistible y autodestructor. El filósofo G. Marcel decía que este mito había sido fundamental para su vida y su pensamiento: le enseñó a discernir entre el amor posesivo y el amor oblativo. Le hizo comprender que amar no es desear sino aprender a querer. El amor sólo llegará a ser humanamente posesivo si antes ha sido oblativo: si pone el bien de la amada por delante del propio deseo.

2. Contrapeso de lo anterior puede ser… ¡la Biblia!: el Cantar de los Cantares exalta a una amada “hermosa como la luna, elegida como el sol y avasalladora como un ejército bien aguerrido”. Un texto desinhibidamente erótico, plagado de alusiones físicas tan explícitas como no sé si aparecen en toda la literatura grecolatina (salvo en plan de burla soez, como en Aristófanes o Marcial): los pechos saltarines o el trigal de tu vientre (que me evoca a la Preciosa de Lorca: “Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre”)…

Pero nueva sorpresa: pese a la sublime intensidad de la pasión que pinta, el Cantar ocupa una parte mínima del texto bíblico: como marcando que el amor sexual no es el campo de la vida ­sino la fuerza para vivirla. Al revés del pansexualismo de nuestra cultura donde lo sexual ocupa casi todo el espacio, perdiendo intensidad al ganar en extensión y ayudado en eso por la publicidad.

3. Sumando las lecciones de Orfeo y el Cantar podemos concluir que la sexualidad tiene algo de diabólico y algo de divino: “Cruel como el abismo y llamarada divina”, dice el Cantar (8,6).

Esto puede explicar ese lenguaje malsonante que toma al sexo como material de burla, enfado o desprecio; y que gentes pudibundas condenan, contribuyendo así a la absolutización del sexo. Hace años, en un encuentro con muchachos de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) conocí en conversaciones particulares su lucha por respetar a las mujeres (“aunque algunas están pa comérselas”), argumentándose que ellos también querían que el patrón les respetara: porque, como “ejército de reserva” eran buen bocado para muchos empresarios. Luego de misa, salimos a tomar algo en un bar, allá por la glorieta de Bilbao. Mis jocistas comenzaron a cantar canciones y contar a gritos chistes verdes, mientras yo pensaba cómo aquella supuesta mala educación les servía de escudo protector contra la absolutización de lo sexual. Y mientras entraba gente bien que los miraba desdeñosamente, y me hacían pensar: si supieran que somos un grupo de chicos católicos y un cura, salimos mañana en primera página de El País… También Max Scheler preguntaba cómo es que, en el cuerpo humano, los órganos de lo más sublime coinciden con los de lo más ridículo; y respondía: para que, si no nos guía el pudor, al menos nos frene la vergüenza.

4. La gran paradoja de la sexualidad humana es su incapacidad para realizar plenamente el amor. El amor tiene una trayectoria preciosa que va de la admiración y la atracción a la gratuidad (que convierte la atracción en llamada), la entrega y la unión. Pero la unión sexual, por su naturaleza, es mucho más reproduc­tiva que unitiva: prueba de ello es la brevedad del éxtasis, y que tiene su culmen precisamente en la “siembra”. El ser humano buscará siempre en la unión sexual más de lo que puede dar, con peligro de degradarla. Y conste que la atracción personal y corporal es en sí misma preciosa: pero acaba mostrando que, o no estamos bien hechos, o estamos hechos para una plenitud que no pertenece a esta dimensión sino a otra.

5. Resumiendo: el sexo puede ser maravilloso, como utilísimo puede ser el dinero. Pero la experiencia enseña que, precisamente por eso, su activación verdaderamente humana exige esfuerzos que nos parecen muy severos. La supuesta “inocencia sexual” que predica nuestra cultura es gemela de esa liberación total de impuestos que reclaman tantos millonarios norteamericanos. Porque, además, la sexualidad tiene siempre una dimensión social, por muy personal e íntima que sea (o mejor, hablando como Mounier: precisamente por eso). Esto lo olvidan muchas izquierdas que, hablando de socialismo, practican una especie de “capitalismo sexual”. Mientras otras derechas, que tanto hablan de moralidad, practican una auténtica “lujuria económica”.
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