Vengo a verte y no sé si he elegido buen día, pues ha sido una mañana de perros. Bronca en el trabajo, mal rollo con una amiga... Estoy triste, es así, y quizá no debería visitarte y anular la cita... Pero me da apuro plantarte de esta manera, y con tan poca antelación... Así que disfrazo una sonrisa y pongo buena cara aunque no me apetezca mientras pico a tu telefonillo.

La puerta, como siempre, entreabierta. Pero tú no estás detrás. Entro, susurrando un tímido "¿Diana?"

No hay respuesta, así que sigo por el pasillo, me asomo a tu sala y... ahí estás. De rodillas sobre el parquet. Llevas una combinación de un azul extraño, un colgante que se despeña sobre el canal de tus senos, y una sonrisa puesta de oreja a oreja. Tu sonrisa.

Me quedo parado y con los ojos como platos. Estás bellísima. Eres bellísima. Se me remueve todo por dentro al verte, cuando esa imagen topa con el nudo que llevo en la garganta. Se me escapa una lagrimilla, pero ya no sé si es por la tristeza que traía de fábrica o por la felicidad que siento al ser tan afortunado de hallarme justo aquí.

"Dulce Romita, ven aquí", dices con esa voz que siempre me sorprende. Como un perrillo faldero carente de voluntad, me arrodillo justo delante de ti, dedico apenas unos segundos a perderme entre las pecas de tu pecho, y acto seguido me abrazo a ti con fuerza, escondiendo la cabeza entre tu cuello y tu hombro.

"Romita, vas de penitente hoy, ¿o qué te pasa?" Y me da la risa. Ya me has hecho reír...

El mal rollo se desvanece y sé que va a pasar algo inolvidable...